23 febrero, 2012

Una pasión millonaria


Que River revoluciona el país ya no es noticia. River Plate es una pasión sin fin y de eso ya nadie tiene dudas, sobre todo los que sentimos esa pasión. No recuerdo el momento exacto en el que comenzó la mía. Desde muy chica me gustaba escuchar los partidos. Eran esos domingos en familia, en los que mi primo Lucas ponía el partido a todo volumen y ahí escuchabamos a nuestro querido River Plate. A decir verdad, yo mucho no entendía, sólo quería que gane River y gritaba los goles con él. Eran épocas en las que no existía "Futbol Para Todos", por lo tanto, cada domingo nuestra adrenalina explotaba al escuchar los partidos por la radio.

Soy de River gracias a mi abuela. Ella, fanática, se encargó de hacerme hincha de River aunque mucho no le costó. El fanatismo lo fui adquiriendo con los años. En parte, por ver a mi querido primo. Sufría en cada pelota y festejaba cada título como si él mismo hubiera hecho el gol del campeonato. En los superclásicos, alrededor de la radio poníamos una tribuna de santos y vírgenes junto a una bandera del más grande. Una locura. Hoy, ya no lo hago, por supuesto, sino que directamente le pido una mano a él, ya que ahora le toca alentar al millonario al lado del barba.

Alrededor de los 14 años, le prestaba mucha más atención. A los 15, ya estaba loca por River. Recuerdo esos lunes en la secundaria con camisetas y banderas. Me había tocado un curso con muchos amigos hinchas de River. Era normal, juntarme con los varones a comentar el partido del domingo. Siempre fue así. No porque me llevaba mal con las mujeres. Pero desde primer grado que las conversaciones femeninas me aburrían. Cuando llegué a primero de polimodal, era un curso totalmente nuevo: con muchos hinchas de Boca; todo lo contrario a noveno. Eran lunes de cargadas y enojos. También habían comenzado las cargadas con mi vecino, hincha de Boca por supuesto. Era gracioso vernos pelear de balcón a balcón.

Así comenzó mi pasión por River, una pasión que parece no tiener fin. Poco a poco crecía más y más, hasta convertirse en la religión de cada fin de semana. Mi religión.

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